N° 60: En Zimbabwe no lloramos por los leones

por Goodwell Nzou
Doctorando en Ciencias Biológicas y Moleculares en la Wake Forest University en Winston-Salem (U.S.A)


Mi mente estaba absorta en el estudio de la bioquímica genética cuando los mensajes de texto y las entradas en Facebook empezaron a distraerme.

-Lo siento por Cecil.

-¿Cecil vivía cerca de ti en Zimbabwe?

¿Cecil... quién?, me preguntaba. Cuando descubro en el telediario que los mensajes eran sobre un león que había sido cazado por un dentista americano, el niño de aldea que aún hay en mi instintivamente se alegró: un león menos amenazaría a familias como la mía.

Pero mi alegría se terminó cuando me di cuenta de que el asesino del león estaba siendo retratado como el malo de la película. En ese momento me enfrenté a la más dura contradicción cultural que he experimentado en mis cinco años de estudio en los Estados Unidos.

¿Entienden todos esos americanos que están firmando las peticiones que los leones matan a la gente? ¿Que todas esas grandes declaraciones sobre si Cecil era "amado por el pueblo" o "el preferido de la gente de la localidad" no son más que una patraña de los medios de comunicación? ¿A Jimmy Kimmel [presentador de televisión] el llanto le quebró la voz porque Cecil había sido asesinado o porque lo confundía con Simba de El Rey León?

En Zimbabwe, en mi aldea rodeada de reservas naturales, ningún león ha sido amado o se le ha dado un apodo afectuoso: los leones son objeto de terror.

Cuando tenía 9 años, un león solitario merodeaba por las aldeas cercanas a la nuestra. Después de que hubo matado a unas cuantas gallinas, a algunas cabras y por último a una vaca, nos advirtieron de que fuéramos al colegio en grupo y de que no jugáramos fuera de casa. Mis hermanas dejaron de ir al río a coger agua o a lavar los platos; mi madre esperaba a que mi padre y mis hermanos mayores, armados con machetes, hachas y lanzas, la acompañaran al bosque a buscar leña para el fuego.

Una semana más tarde, mi madre nos explicó a mí y a nueve de mis hermanos que su tío había sido atacado, pero que había conseguido escapar sólo con una pierna herida. El león hizo desaparecer la vida de la aldea: nadie socializaba alrededor del fuego por la noche, nadie se atrevía a dar un paseo hasta la casa del vecino.

Cuando finalmente lo mataron, nadie se preocupó si quien había acabado con él era alguien de la aldea o un cazador de trofeos blanco, si había sido cazado furtivamente o legalmente. Bailamos y cantamos por la derrota de la aterradora bestia y por haber salido indemnes de un serio peligro.

Recientemente, un chico de 14 años de una aldea cercana a la mía no tuvo tanta suerte. Estaba durmiendo en los campos de su familia, como hacen los aldeanos para proteger a las cosechas de los hipopótamos, los búfalos y los elefantes evitando que las pisen, cuando fue atacado por un león y falleció.

El caso de Cecil tampoco ha causado mucha simpatía entre los zimbabuenses de la ciudad, a pesar de que ellos no corren este peligro. Pocos de ellos han visto un león: los safaris cuestan mucho dinero para la gente de un país cuyo salario medio es de 150 dólares mensuales, por lo que no se lo pueden permitir.

No me interpreten mal: para los zimbabuenses los animales salvajes tiene un significado casi místico. Pertenecemos a clanes y cada clan tiene un animal totémico como antepasado mitológico. El mío es Nzou, el elefante, y por tradición no puedo comer la carne de elefante, pues sería como comerme la carne de un pariente. Pero nuestro respeto por estos animales nunca nos ha impedido cazarlos o permitir que sean cazados. (Estoy familiarizado con los animales peligrosos: perdí la pierna derecha por la mordedura de una serpiente cuando tenía 11 años).

La tendencia americana a rodear a los animales de una aura romántica dándoles nombres propios de persona y haciendo que dominen los hashtag de las redes sociales ha convertido una situación habitual -más de 800 leones han sido abatidos legalmente en el arco de una década por extranjeros ricos que han desembolsado mucho dinero para demostrar su valentía- en lo que a mis ojos de zimbabuense es un circo absurdo.

La PETA (People for Ethical Treatment of Animals, asociación animalista de los EEUU) pide la horca para el cazador. Los políticos de Zimbabwe acusan a los Estados Unidos de utilizar el caso Cecil como medio para hacer quedar mal al país. Y americanos que ni siquiera saben dónde está Zimbabwe en un mapa aplauden la petición de extradición del dentista, ignorando que un bebé elefante acaba de ser sacrificado para celebrar el cumpleaños de nuestro presidente.

A nosotros, zimbabuenses, sólo nos queda mover la cabeza preguntándonos sorprendidos por qué los americanos se preocupan más de los animales africanos que de la gente africana.

Por favor, no nos digan qué tenemos que hacer con nuestros animales cuando ustedes han permitido que se diera caza a sus linces, en el este de Estados Unidos, hasta casi extinguir la especie. Y no lloren porque talamos nuestras junglas cuando ustedes han transformado las suyas en junglas de cemento.

Y por favor, no me den el pésame por Cecil a no ser que me lo den también por los aldeanos asesinados o que padecen hambre a causa de sus hermanos, de la violencia política o de la extrema pobreza.

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