Nº 18: El lenguaje zarpado



Por Alina Diaconú 
Fuente: LA GACETA - Buenos Aires

  El lenguaje es el vestido de los pensamientos. Samuel Johnson 
Bien lo sabemos: el lenguaje va cambiando permanentemente, de acuerdo con los hábitos, las modas y las costumbres que van marcando cada época. Podríamos llegar pues a esta directa y parafraseada deducción: dime cómo hablas y te diré cómo eres, cómo vives y cómo piensas… Hay palabras y expresiones que marcan estos últimos tiempos y que se han vuelto muletillas: “nada”, cuando alguien quiere decir “entonces, bueno, en fin, etcétera”. Otra expresión muy en boga es “a ver”, cuando se quiere manifestar que estamos pensando, reflexionando o buscando alguna respuesta. 

 Pero, lo que más llama nuestra atención es la proliferación de abreviaturas que caracteriza el lenguaje de hoy y que tiene muchísimo que ver con la idiosincrasia de los jóvenes, con su universo, donde reinan las computadoras, los celulares con sus mensajes de texto, el correo electrónico, el chateo. También hay muchas palabras que derivan de las costumbres de las llamadas “tribus urbanas” y de la música (sobre todo el rock y la cumbia villera). Hemos anotado algunas de estas voces, que, si bien provienen de dicho mundo juvenil, han sido adoptadas también por los mayores, con lo que adquirieron -de este modo- una vigencia mucho más abarcadora. Peli (por película), fan (por fanático), compu (por computadora), celu (por teléfono celular), tele (por televisión), abu (por abuelo o abuela), pelu (por peluquería), promo (por promoción, oferta comercial), facu (por facultad), choco (por chocolate), progre (por progresista, en el sentido ideológico). No hablemos de las abreviaturas que sufren casi todos los nombres propios: Ale (por Alejandro o Alejandra), Eli (por Elizabeth o Eliana), Juanca (por Juan Carlos), Fer (por Fernando), Marce (por Marcelo o Marcela), Su (por Susana), Luismi (por Luis Miguel ¡el cantante!), entre muchos otros. 

  Ansiedad, jibarización y pobreza 
 Parece haber una suerte de ansiedad por acortar las palabras largas, un facilismo, algo de pereza mental, una necesidad de abreviarlo todo. Como si no se tuvieran el tiempo y las ganas de pronunciar el nombre completo, y se necesitara recortarlo, lo cual hace, a la vez, que ese nombre suene a diminutivo y obtenga así una dosis, un plus -buscado o no- de supuesto afecto o bien de una innegable familiaridad. Se sabe que los jóvenes viven en la velocidad, en la fragmentación; todo tiene el frenético ritmo de un video-clip: no hay que perder tiempo, todos los deseos hay que realizarlos ya

Quizá sea por eso que acortan las palabras, eliminándoles la terminación, transformándolas así casi en apócopes. Esta manera de hablar parece ser el espejo de una forma de ser, del vértigo en que se sumergen, de una búsqueda incesante de abreviar los “tempos” y de conseguir que impere la ley del menor esfuerzo. Tenemos indicios, por otra parte, de que la realidad puede crearse a partir del lenguaje. Este tiene, por lo tanto, un inmenso poder. Porque, siguiendo esta tesis, determinado lenguaje sería capaz de generar una determinada realidad. El escritor español José Ángel Mañas dijo: “Hoy queremos ser todo lo más jóvenes posible, también en el lenguaje”; quizá por eso este lenguaje propio de los adolescentes se ha propagado con tanta facilidad entre los adultos. 

 En la actualidad, gran parte de la gente mayor imita a los jóvenes no sólo en su forma de hablar, sino en su vestimenta, en sus comidas, en muchas de sus preferencias en las áreas más heterogéneas de la vida diaria. ¿Será esta una forma de sentirse rejuvenecido, de luchar contra los cambios físicos y anímicos que produce, inexorablemente, la acumulación de los años? Más allá del hondo y complejo sentido que tendría esta presunción, muchos de nosotros creemos que este lenguaje abreviado, sincopado, que no admite casi palabras de más de dos sílabas habla de un empobrecimiento evidente de nuestro léxico. En este caso, aquello de “si lo bueno breve, dos veces bueno” sería más que discutible. 

 Hay quienes no piensan así. En el seminario internacional denominado “El español de los jóvenes” que tuvo lugar hace poco en San Millán de la Cogolla, España, y del cual participaron profesores universitarios, escritores, guionistas y hombres de la publicidad de todo el mundo, la conclusión a la cual se arribó fue la siguiente: “La jerga juvenil es casi siempre pasajera, pero en ocasiones aporta a la lengua recursos ocurrentes, expresivos y con más fuerza que los que tiene el lenguaje de los adultos, por lo que hay que evitar los prejuicios con los que muchas veces se observan esos modos de hablar”. 

Recordemos palabras y expresiones como “bancar”, “copar”, “ persona contenedora”, “estar pinchado” o “bajoneado” o “sacado”, “zarpado”, “estar de los tomates”, “grosso”, “¡es muy fuerte!”, “está bueno”, etc. etc. Una gran cantidad de esas palabras provienen también del mundo de la droga y, sin embargo, muchos de nosotros las usamos en el día a día porque ya se han asimilado a nuestra habla cotidiana y no somos conscientes de su contenido. 

Los límites de la mente 
 De todas maneras, y más allá de un posible pintoresquismo, la pobreza del lenguaje actual nos impacta. En las conversaciones diarias y cada vez que encendemos el televisor escuchamos alocuciones con un vocabulario mísero, paupérrimo, deformado y reducido, entre otras cosas, por esta avalancha de abreviaturas y muletillas que actualmente rige nuestro idioma, al menos, en lo que hace a su aspecto verbal. Estamos ante una patética oralidad. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”, afirmó Wittgenstein. Cuanto más limitada sea nuestra habla, más limitados serán nuestro poder de reflexión, nuestra profundidad de pensamiento y, también, la elevación de nuestro espíritu

Octavio Paz escribió una vez: “Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje”. ¿Acaso no pasa esto entre nosotros? Noam Chomsky cree todo lo contrario. “El lenguaje de hoy no es peor que el de ayer. Es más práctico. Como el mundo en que vivimos”. Nosotros ya opinamos. Usted, al leer esta nota, podrá dilucidar, acaso, este dilema. O, al menos, sacará su propia conclusión. Su conclu, mejor dicho. Sería interesante conocerla, eso sí, sin reduccionismos, in extenso.

El Chasqui Córdoba, agosto de 2008 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola bueno, le quería comentar que la palabra zarpado la escucho hace mas de 50 años, hay otras expresiones como "le chiflo el moño" para decir que esta algo zarpado..... y he escuchado que algunas vienen de la droga como ser un grupo de jóvenes publican por facebook "La Renga" , en este momento no recuero algunas que escuchábamos cuando teníamos 20 años, pero hay bastantes, lo que sucede es que las de antes.... eran mas expresivas, menos peligrosas, OK ? cuando se me ocurra algo se lo comento mi email es eduardoaprea@yahoo.com.ar en el face.... estoy con mi nombre Eduardo Luis Aprea y sale el portaaviones 25 de mayo y un super etendard (mi foto de portada) hay otros Eduardo Luis Aprea (uno es mio pero es cuando ingrese al Facebook)
Saludos
Eduardo Luis Aprea
Córdoba Capital